¿Podemos juzgar las prácticas culturales?

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              „Nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones; lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a su costumbre.“ —  Michel De Montaigne


¿Alguna vez has juzgado a alguien por ser diferente a ti? Seguramente la mayoría de las respuestas sean sí, pues es normal juzgar. Como seres humanos siempre, siempre estamos haciéndonos las tres preguntas clave (qué es, qué significa, qué hago) para todo lo que ocurre, todo lo que vemos, todo lo que vivimos. Así que, es normal que ante cualquier práctica de otra cultura, sintamos una disposición  positiva o negativa.

 Actualmente, debido a la globalización, existe una convivencia dentro de un ámbito de una misma sociedad de personas procedentes de culturas diversas que tienen actividades, costumbres y valores diferentes. Como consecuencia de esto, puede provocar choques culturales entre ellos. Al estar delante de esta situación nos preguntamos; ¿Quién de los dos está en lo correcto?, es decir, ¿hay culturas que puedan ser juzgadas y otras que no?

 

Para comenzar, cabe destacar que el ser humano es un animal social por naturaleza, como decía Aristóteles. Por ello, es muy importante la gente de nuestro entorno para el crecimiento. Entraría aquí el proceso de enculturación, en el que la cultura o segunda naturaleza que nosotros adquirimos a lo largo de la vida viene definida por agentes como: nuestros padres, el grupo de amigos, la escuela y redes sociales entre otras. Es difícil darle un único significado a cultura; es lo que verdaderamente nos diferencia de los animales, es una respuesta  adaptativa, es una segunda naturaleza. Lo que sí está claro que no es a mi parecer, es una marca que hace superior/inferior a los humanos entre sí.

A lo largo de la historia se han visto tres rasgos que podemos analizar para responder al interrogante del principio.  El primer concepto de etnocentrismo está ligado al desarrollo de la teoría antropológica. Aunque ahora nos parezca extraño, en los primeros tiempos de la antropología no aflorara la discusión sobre el concepto. El etnocentrismo considera la cultura propia cómo superior a las demás. Toma los elementos que la integran como ideales y valora el resto de culturas en función de lo lejos o cerca que se encuentran de ese modelo que ha elegido previamente. Dado que el desarrollo teórico estaba de parte de los occidentales, éstos no se cuestionaron, más que raramente, el hecho, pensando que, en efecto, la cultura occidental era superior. De ahí, que sea del característico hombre blanco occidental.

En muchas ocasiones puede ser considerado más un prejuicio que una actitud y, cómo tal, ha entorpecido las relaciones entre culturas. Algunas formas son el racismo, la xenofobia o homofobia. El etnocentrismo puede clasificarse en distintas categorías, dependiendo del criterio. Por ejemplo, es posible hablar de eurocentrismo (cuando se privilegia la cultura europea), afrocentrismo (las culturas africanas) o sinocentrismo (la cultura china), pero también es posible distinguir entre:

  1. Etnocentrismo racial. Que consiste en pensar que la propia etnia es biológica o genéticamente superior, o universal, o “normal”, y tildando al resto de la humanidad como “distintos”, “exóticos” o “mestizos”.
  2. Etnocentrismo lingüístico. Que supone que la propia lengua es más natural o universal que las demás que habla la humanidad, generalmente tildando a las demás de “dialectos” o “lenguas salvajes”.
  3. Etnocentrismo religioso. Que supone la propia religión como superior o verdadera, por encima de las creencias de las demás culturas humanas, a menudo reducidas a “prácticas religiosas” o “creencias”.

Aparentemente, el etnocentrismo es tan común a la mirada humana, que no faltan ejemplos provenientes de la historia, tales como:

La ciudadanía romana. En la antigüedad clásica, el Imperio Romano distinguía entre sus ciudadanos, ya fuera patricios (romanos autóctonos) o plebeyos (romanos de ascendencia extranjera), otorgándole sólo a los primeros la ciudadanía plena y los derechos políticos plenos. Sin embargo, aún más distante era su relación con los pueblos que no formaban parte del imperio, como los celtas y los germanos, a los cuales llamaban bárbaros (o sea, “que balbucean al hablar”), ya que no hablaban latín, ni tenían las costumbres “civilizadas” de Roma.

El colonialismo europeo. Entre el siglo XVI y el XIX, las grandes potencias imperiales europeas se dispusieron a repartirse militar y económicamente el mundo entero, imponiéndole a los ciudadanos de las demás culturas un estado colonial, es decir, fundando colonias. En estas últimas se imponía la lengua “civilizada” europea, se clasificaba a los ciudadanos en base al color de la piel o las facciones físicas, privilegiando la blancura, y el desarrollo humano de la comunidad colonial estaba supeditado al de la metrópoli europea.

El canon de la belleza occidental. Muchos estudiosos y críticos han denunciado y demostrado cómo el estándar de belleza que en Occidente refuerzan los medios de comunicación, la industria de la moda y de la publicidad, tiende a equiparar la raza caucásica, las facciones europeas y el cabello y los ojos claros con lo hermoso y lo deseable. Por lo tanto el resto de las posibilidades étnicas existentes en occidente deben emplear alisados, blanqueadores y otros productos de belleza que los “embellezcan”, es decir, que los hagan más semejantes a la gente de Europa.

En esto consiste, precisamente, el etnocentrismo, en conceder un valor superior a la cultura propia frente al que se otorga a la ajena, y en emplear los patrones de la propia para juzgar la cultura ajena. En la vida cotidiana, el etnocentrismo es bien perceptible en los juicios de valor de quienes ven a las gentes de otras culturas como raras y atrasadas. Y, sin embargo, esta percepción requiere una reflexión crítica. El etnocentrismo dificulta e impide la comprensión de las culturas de otros pueblos.

Ejemplos cotidianos de etnocentrismo se encuentran en zonas de trabajo, escuelas y en general en lugares públicos donde puede que una persona etnocentrista desprecie insultando a otro individuo que considera de “raza inferior”. También, hoy en día se siguen viendo ataques a tiendas de propietarios extranjeros que son juzgados por el mero hecho de no compartir ciertos ideales. Además es un frecuente que se vea reflejado en películas o series como; Babel (Alejandro González Iñárritu), Fatima (Philippe Faucon), Cometas en el cielo (Marc Foster), Pocahontas (Mike Gabriel y Eric Goldberg) entre muchas otras.

           

Frente al etnocentrismo, y como forma de combatirlo, se halla el segundo concepto, el relativismo cultural. Al hilo del discurso se entiende que el relativismo cultural sostiene que no existe un patrón único con el que medir el desarrollo de cualquier cultura. Cada uno debe juzgarse y analizarse desde consideración y valores que tenga su origen en ella misma. Sin embargo, debemos comprender que este relativismo ha de ser puramente metodológico, y no radical. Es evidente que las culturas no son iguales, ni tienen por qué ser aceptables por entero sus valores. La interpretación radical del concepto de relativismo cultural nos llevaría a aceptar prácticas culturales desechables por entero, como las que se refieren al sometimiento de la mujer, o a su lapidación. El relativismo es sólo un principio que nos orienta acerca de la manera de comprender a otra sociedad.  Las prácticas culturales que niegan los derechos humanos son reprobables considerando derechos humanos fueron fruto del diálogo y de un acuerdo nacional, no como una creación de una sola cultura. Por supuesto, ello no contradice el principio del relativismo cultural, según el cual el antropólogo, o el científico social en general, deben tratar de ponerse en lugar del estudiado para comprender mejor su cultura.

Por otro lado, el hecho de que existan prácticas culturales denunciables no implica que esto sea lo común. Al contrario, la mayor parte de las prácticas culturales son respetuosas con los derechos humanos y, además, respetuosas con su propia tradición. Eso explica la reivindicación de muchas sociedades para que sus derechos culturales sean preservados y, de hecho, los grupos defensores de los derechos culturales, de manera similar a como lo hacen los defensores de los derechos humanos, tratan de poner a salvo aquellas culturas que corren serio peligro de extinción. Sabido es que en el siglo XX se perdieron numerosas lenguas, tal vez más que nunca en el pasado. Así se explica que el movimiento en defensa de los derechos de las minorías culturales se haya generalizado en el mundo. Este movimiento alcanza especialmente a las minorías étnicas de toda la tierra. También alcanza a minorías religiosas y, en general, a todos los grupos humanos que poseen sus propias peculiaridades culturales, aun formando parte de los Estados.

Conozcamos la historia del relativismo. Para ello, tenemos que remontarnos a principios del siglo XX. Si bien, fue un concepto acuñado por un señor llamado Alain Locke, quien lo introdujo en el Oxford English Dictionary en 1924, basado en las teorías recopiladas por otro señor llamado Robert Lowie, en su obra “Cultura y etnología”, donde introduce el concepto “relativismo cultural extremo”; ambos autores se inspiran en las ideas desarrolladas por Franz Boas, considerado el fundador de la doctrina. Curiosamente, las ideas de Boas, en un plano abstracto no se diferencian tanto de las que se aplican al concepto actual del relativismo cultural. Es, sin embargo, en la práctica donde podemos encontrar la principal diferencia. Para ello, tenemos que ponernos en el contexto de Boas. Él vivió entre 1858 y 1942. Para hacernos una idea de lo que esto significa, solo tenemos que hacer un repaso de algunos de los principales eventos históricos que ocurren entre esas dos fechas: Esclavitud en Estados Unidos y su posterior segregacionismo, expansión de los imperios occidentales en África y Asia, Primera Guerra Mundial, la época del Apartheid en Sudáfrica y La Segunda Guerra Mundial. Entre muchos otros conflictos que, de hecho, se extendieron mucho más de lo que duró la vida de Boas.

Lo que podemos ver aquí es que nuestro autor vivió en un mundo dominado por ese etnocentrismo ya antes mencionado, que además convivía con otra corriente pseudocientífica conocida como el racismo científico. Esta pseudociencia se usó durante los dos siglos pasados para justificar la superioridad del hombre blanco sobre el resto de las razas. Por suerte, fue en el año 1950 cuando la Unesco publicó un informe donde científicos de todo tipo de disciplinas llegaron a un acuerdo unánime sobre el absurdo de esta doctrina. Aun así, fue un argumento ampliamente usado por los imperios hegemónicos para justificar sus conquistas, el uso de la esclavitud y muchas otras cosas… Y lo peor es que aún hoy se pueden encontrar defensores de su causa.

El problema vendría como he mencionado si se toma de manera literal, en ese caso se puede llegar a la conclusión de que todo está permitido. Esto nos choca con prácticas como la esclavitud, el canibalismo que está al mismo nivel que los Derechos Humanos. Además de que no permite el diálogo ni la evolución entre culturas.

 

Pasamos al tercer concepto de interculturalismo que defiende la interculturalidad concebida como un fenómeno de comunicación e interacción entre culturas, en la que ninguna se considera superior a las demás.  El interculturalismo se construye desde la base del respeto a la diversidad cultural. Este es un hecho innegable qué constituye la base sobre la que se edifica los estudios de la antropología. Sin que ello signifique la aceptación de cualquier práctica cultural por el mero hecho de que haya un grupo social que lo respalde. "No todo vale". Desde el interculturalismo, es posible fijar límites de tolerancia para las prácticas culturales. La determinación de estos límites se basa en valores universales que todo ser humano tiene que respetar y que deben ser el resultado de un acuerdo suscrito a partir de un diálogo abierto en el que todos pueden participar.

En caso de que lo parezca no es tan fácil, por ejemplo con la mutilación genital femenina. Aunque la Organización mundial de la salud (OMS), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) hicieron pública una declaración conjunta contra la práctica de la mutilación genital femenina, esto no se puede cambiar/ erradicar si no sale de dentro de las personas que lo practican.

 

Dicho lo anterior, las aplicaciones potenciales de las teorías todavía son relevantes en nuestra era. Los conflictos internacionales están a la orden del día, así como lo están los conflictos interculturales. Desde el movimiento Black Lives Matter hasta el eterno conflicto de Israel y Palestina, pasando por actividades como el neocolonialismo o las infracciones de derechos humanos. Y eso debería ser suficiente motivo como para retomar esta perspectiva tan en desuso.

Las culturas no existen aisladamente ni al azar, sino que se acompañan de poderosas razones para existir. Por otro lado, el pensamiento de quienes las integran es lógico, igual que el nuestro, y también sabemos que las culturas son adaptativas por lo general. En consecuencia, no es equivocado pensar que las culturas tienen claros fundamentos para  existir. También es importante darse cuenta de que es errado tratar de entender una cultura empleando patrones de otra cultura. La lógica de la cultura exige que penetremos en la misma aprehendiendo los elementos que la conforman.

Resumiendo, considero que las culturas no deberían ser juzgadas porque tienen su razón de ser pero esto con la excepción de que si las personas envueltas en ella lo están pasando mal y quieran erradicarlo. En ese caso sí podemos juzgar a la práctica, no a las personas, e intentar ayudar en lo que se pueda. Ejemplo para se quede sin dudas; comer saltamontes fritos es una tradición de México que no le hace daño a nadie por lo que no debería ser juzgada, mientras en la esclavitud sí se ven perjudicados humanos por lo que se puede juzgar con el fin de erradicación.

   

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